Personajes de la ciudad
Gabriel Ochoa y el Cinema Teatro Palacio.
A mediados del siglo XX,
Saltillo era una ciudad que, si bien crecía a buen ritmo, ofrecía pocas
opciones de entretenimiento para sus habitantes. Las familias que deseaban
disfrutar de una tarde de cine se encontraban con salas que dejaban mucho que
desear: poca comodidad, falta de limpieza y, en ocasiones, inseguridad. Fue en
ese contexto que surgió la visión de Gabriel Ochoa, un hombre de carácter
reservado, pero con un profundo compromiso por mejorar la vida en su ciudad
natal.
Gabriel Ochoa había nacido
el 25 de junio de 1898 en Saltillo, en el seno de una familia numerosa, siendo
el tercero de trece hermanos. Su infancia y juventud transcurrieron en medio de
la bulliciosa vida de una gran familia y, tras casarse con María Siller Siller
a los 24 años, construyó su propio hogar junto a sus cinco hijos: María
Graciela, Olivia, Héctor, Josefina y María Elena.
Aunque comenzó su vida
laboral como comerciante, al frente de la tienda familiar Casa Ochoa, dedicada
a la venta de telas y uniformes escolares, Gabriel no tardó en diversificarse.
Emprendió viajes a Estados Unidos y, junto a sus hermanos, levantó varios
negocios en la ciudad. Pero fue en la década de 1930 cuando Gabriel vislumbró
un proyecto que cambiaría la vida cultural de Saltillo para siempre.
En una esquina de las
calles Victoria y Manuel Acuña, comenzó la construcción de un edificio que
sería el orgullo de la ciudad: el Cinema Teatro Palacio. El estilo
arquitectónico Art Deco, obra del arquitecto Mario Pani, dotaba al nuevo cine
de una elegancia y modernidad inusuales para la época. Los ladrillos utilizados
en la construcción provenían de otra de las empresas de Ochoa, la Ladrillera
Saltillo, lo que hacía del proyecto una obra en la que convergían sus
diferentes facetas como empresario. Cuando el cine abrió sus puertas el primero
de diciembre de 1941, la ciudad estaba lista para recibir el lujo y confort del
que sería el primer cine en Saltillo con aire acondicionado y calefacción.
El día de la inauguración,
los saltillenses se agolparon en las taquillas para disfrutar de la proyección
de los filmes Plenilunio en Miami y Señorita Dinero. El cine, con
su imponente capacidad de más de mil quinientas butacas distribuidas en dos
plantas, se convirtió rápidamente en el lugar predilecto para disfrutar del
séptimo arte.
Gabriel Ochoa se encargaba
personalmente de seleccionar las películas que se proyectarían. Dos veces por
semana, los martes y viernes, viajaba a Monterrey para traer los últimos
estrenos, la mayoría de ellos producciones norteamericanas. La pasión que sentía
por el cine era evidente, y dedicaba su vida a equilibrar sus múltiples
responsabilidades: el rancho Ojo de Agua, la ladrillera y la programación de
películas para su cine. Todas las noches, poco antes de que terminara la
función, cruzaba la calle desde su casa, situada cerca del cine, para hacer el
corte de caja.
A pesar de su carácter
serio y reservado, Ochoa era un hombre querido y respetado por su comunidad.
Sus hijos recuerdan que nunca los regañó directamente; prefería hablar con su
esposa si había algo que corregir en sus travesuras. Era meticuloso en todos
los aspectos de su vida, especialmente en el cuidado de sus automóviles. Antes
de cualquier viaje, revisaba minuciosamente sus vehículos para evitar cualquier
desperfecto, lo cual reflejaba su preocupación por la seguridad de su familia y
la importancia que le daba a la puntualidad en sus compromisos, como el
transporte de las películas para el cine.
El legado de Gabriel Ochoa
no se limitó al Cinema Teatro Palacio. En 1957, construyó otro cine, el
Florida, sobre los terrenos donde alguna vez estuvo la plaza de toros de
Guadalupe. Se dice que el nombre de este cine fue un homenaje a la hacienda
Florida, que había pertenecido a la familia de su esposa. Ochoa también fue un
hombre generoso que dejó una profunda huella en Saltillo a través de sus
múltiples obras altruistas. En 1953, contribuyó a la reconstrucción del mercado
Juárez y, en 1958, donó ladrillos para la construcción del colegio Ignacio
Zaragoza. También fue un importante benefactor de organizaciones religiosas y
del asilo El Buen Pastor.
Gabriel Ochoa falleció en
1985, pero su memoria sigue viva en el corazón de los saltillenses. Para muchas
generaciones, el Cinema Teatro Palacio fue el escenario de innumerables
recuerdos. Los niños que cruzaban sus puertas por primera vez quedaban deslumbrados
por las majestuosas cortinas de terciopelo rojo, las lámparas ovaladas que
iluminaban la gran sala, y el inconfundible aroma a palomitas y hot dogs que
impregnaba el ambiente.
La historia de Gabriel
Ochoa es la de un hombre que, con visión, esfuerzo y amor por su ciudad,
transformó el rostro del entretenimiento en Saltillo, creando un legado que
perdura en la memoria de todos aquellos que alguna vez disfrutaron de la magia
del cine bajo el techo del majestuoso Palacio.
Cine Palacio, guarda
recuerdos indelebles de varias generaciones.
Comentarios
Publicar un comentario