La Familia Soler
El 12 de junio de 1895, un hombre
llamado Domingo Díaz García se presentó ante el juzgado civil número cuatro del
Estado de Coahuila. Lo acompañaban dos testigos, Joaquín González y Francisco
Begínez. Venía a registrar a un niño. Dijo tener 25 años, ser actor de
profesión y originario de La Coruña, España. Explicó al juez que su compañera,
Irene Pavía Soler, nacida en Valencia, había dado a luz el 24 de mayo, a las
siete de la tarde, en una habitación del Hotel San Esteban, en la calle
Victoria. El niño fue inscrito bajo el nombre de Fernando.
La pareja recién había llegado a
México con una compañía teatral española que hacía funciones en Saltillo.
Aparentemente, estaban de paso. No sabían que su breve estancia acabaría
formando parte de la historia cultural de la ciudad y del país.
Aquel bebé, Fernando Soler, sería
el primero de una estirpe legendaria: los hermanos Soler. Le seguirían Andrés,
Domingo, Julián, Mercedes, y otras tres hermanas —Irene, Gloria y Elvira— que
no incursionarían en el cine, pero también pisaron escenarios desde niñas.
Todos fueron formados por los padres, quienes desde temprana edad los
introdujeron en el arte del teatro, el canto y la danza. Así empezó la
dinastía.
La tranquilidad de aquellos años
teatrales se vio interrumpida por el estallido de la Revolución. Como muchos
otros, la familia emigró a Estados Unidos. Allá crecieron en número… y en
ambición artística. Fue en ese periodo cuando crearon el Cuarteto Infantil
Soler, una agrupación de variedades que se presentó en escenarios de la Unión
Americana y de varios países de América Latina.
Concluido el conflicto armado, la
familia volvió a México. En 1924, Fernando estrenó su primera obra como autor: El
amigo Tedy, en el Teatro Ideal de la Ciudad de México. Su carrera como
actor no tardó en despegar. Con el tiempo, se convirtió en una de las figuras
más queridas y respetadas del cine nacional. Encarnó de todo: pícaros,
estafadores, rancheros, caballeros de alcurnia, pero sobre todo, padres de
familia severos, autoritarios, obsesionados con las buenas costumbres. Esa
figura moralista y anticuada fue su sello.
Cómo olvidar su papel en Una
familia de tantas, dirigida por Alejandro Galindo en 1949. Un retrato
nítido del patriarca mexicano de mediados del siglo XX. Para muchos, su
actuación en esa película fue lo mejor de su carrera. Pero no fue la única. En Al
son de la marimba (1941) y Qué hombre tan simpático (1943), esta
última dirigida por él mismo, brilló como estafador refinado y encantador. En Cruz
Treviño Martínez de la Garza, interpretó a un ranchero del noreste con
tanta fuerza que el personaje quedó impreso en el imaginario colectivo de
Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Hasta hoy, algunos lo recuerdan como si
hubiera existido en carne y hueso.
Fernando también trabajó con los
grandes. Fue dirigido por Ismael Rodríguez en La oveja negra (1949) y No
desearás la mujer de tu hijo (1950), por la cual ganó el Ariel a Mejor
Actor. Luis Buñuel lo dirigió en tres películas: El gran calavera
(1949), Susana (1951) y Las hijas del engaño (1951). Pocas
trayectorias pueden presumir algo así.
Compartió escena con los nombres
más grandes del cine mexicano: María Félix, Sara García, Pedro Infante, Gloria
Marín, Ninón Sevilla, Joaquín Pardavé. Y por supuesto, con sus hermanos:
Andrés, Domingo, Julián y Mercedes. Fue actor, sí, pero también director,
productor, guionista. Dirigió 23 películas y actuó en más de cien, desde 1915
hasta su muerte en 1979. También incursionó en el teatro, los documentales y
las telenovelas. Todo lo hizo bien.
Ese mismo año, en 1979, el
gobierno del estado decidió rendirle homenaje y nombrar el teatro de la ciudad
con su nombre. Fue un reconocimiento justo, pero tardío. El actor ya no pudo
asistir a la inauguración. En su lugar, envió un retrato al óleo de gran
tamaño, con su figura imponente, que hasta hoy adorna el foyer del Teatro
Fernando Soler.
Hay algo en la presencia de
Fernando que resulta familiar. Uno lo ve actuar y siente que lo ha conocido
toda la vida. Quizá porque encarnó, como nadie, la figura de la autoridad en el
hogar mexicano. Quizá porque, de alguna manera, todos tuvimos un padre o un
abuelo que se le parecía.
Los hermanos Soler
Irene, Gloria, Julián,
Elvira, Mercedes, Andrés, Fernando, Domingo
Fernando Soler
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