Enrico Caruso y su accidental paso por Saltillo

Ariel Gutiérrez Cabello 

Enrico Caruso, el cantante que revolucionó el mundo de la ópera, fue reconocido por la potencia, belleza y riqueza de su voz. Su nombre se convirtió en sinónimo de perfección vocal. Nacido en Nápoles, Italia, el 25 de febrero de 1873, Caruso fue el dieciochavo hijo de una familia numerosa, de los cuales solo tres sobrevivieron a la niñez. Desde joven, sus primeros trabajos fueron como ayudante de mecánico y en una fábrica textil, pero su verdadera pasión siempre fue el canto.

Emigró a los Estados Unidos, donde su talento lo llevó a convertirse en una de las figuras más emblemáticas de la música clásica. Durante su carrera, Caruso cantó 863 veces en el Metropolitan Opera House de Nueva York, pero su fama trascendió fronteras, llevándolo a las principales capitales del mundo. Sin embargo, su carrera de apenas veinticinco años se vería truncada por una salud quebrantada.

En 1919, gracias al decreto firmado por Venustiano Carranza que prohibía las corridas de toros, un empresario mexicano llamado José del Rivero, al mando de la plaza El Toreo de la Condesa, ideó un plan para transformar la plaza en un teatro de ópera. Viajó a Nueva York para contratar al célebre tenor, quien firmó un contrato para una temporada de ópera en México por 15 mil dólares por actuación, una cifra nunca antes vista en esa época. A Caruso se le adelantaron 28 mil dólares como garantía.

El 5 de octubre de 1919, la gran estrella italiana se presentó ante más de 20 mil personas en una noche cargada de emoción. A pesar de una lluvia pertinaz, el público se volcó en ovaciones mientras Caruso cantaba magistralmente junto a la contralto Gabriela Bezansoni en Carmen de Bizet. Sin embargo, la gira por México resultó ser especialmente dura para el tenor, pues su salud ya comenzaba a dar señales de un grave deterioro.

El 19 de octubre de 1919, Caruso cantó en la Plaza de Toros de México. Según relata el Dr. Noah D. Fabricat en su libro 13 Pacientes Famosos, esa noche Caruso aplicó bálsamo de Bengué en su nariz y cuello, sin probar antes su voz. Sorprendentemente, su actuación fue todo un éxito, a pesar de los dolores que ya lo aquejaban. Durante su estancia en México, sus dolores de cabeza y otros malestares empeoraron. A finales de octubre, extenuado, subió a un tren para regresar a Nueva York, donde una severa infección respiratoria le impedía descansar.

Al pasar por Saltillo, el tren se detuvo por razones de seguridad, y Caruso se hospedó una noche en el Hotel de Coahuila. El Dr. Fabricat relata en su libro cómo, en diciembre de ese mismo año, la salud del tenor seguía empeorando. A pesar de estar cada vez más enfermo, se empeñó en cantar, pero durante una de sus actuaciones, su voz se quebró, lo que fue un indicio claro de que su cuerpo ya no podía seguir el ritmo de su exigente carrera.

En Brooklyn, mientras interpretaba L’elisir d’amore, Caruso comenzó a toser sangre. A pesar del desconcierto y el sufrimiento, siguió cantando hasta que no pudo más, y tuvo que abandonar la representación. Días después, un amigo cercano, el señor Bonaventura De Nigris, dueño de la relojería italiana y coterráneo de Caruso, lo visitó en el hotel en Saltillo. Según De Nigris, encontró a Caruso en el vestíbulo del hotel, sentado en un sillón cubierto con mantas y comiéndose una manzana, un retrato de la fragilidad de su salud.

El paso de Caruso por Saltillo fue breve, apenas un alto en su largo viaje de regreso a Nueva York. La enfermedad que arrastraba desde hacía meses, sumada a sus años de excesos con el tabaco y un diagnóstico médico erróneo, aceleró su final. Caruso murió el 2 de agosto de 1921 en su natal Nápoles, Italia.


Enrico Caruso. De su breve estadía en Saltillo se han dicho muchas cosas, la inventiva del imaginario popular, ha sido como un aria que nuca se compuso. 

 

 

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