El Recinto de Juárez 

Ariel Gutiérrez Cabello 

Hay casas que no son solo adobes  ni vigas, sino capítulos enteros de una ciudad. El Recinto de Juárez, en el corazón de Saltillo, es una de ellas. Basta cruzar su umbral para que el tiempo comience a hablar. Mucho antes de que el nombre de Benito Juárez se asociara con esta propiedad, la casona ya albergaba intrigas familiares y querellas legales.

Un poco de historia

Todo empezó al lado de una lomita de cara norte frente a un cementerio, cuando aún no había calles, ni planos, ni placas conmemorativas, solo tierra, voluntad. En los primeros años tras la fundación de la villa de Santiago, esta casona ya estaba cerca del epicentro de la vida religiosa: la parroquia de Santiago. Como era costumbre entonces, justo al frente se extendía el camposanto, pues los muertos debían reposar cerca de Dios. Para situarnos lado sur de la hoy Catedral de Santiago.

Terrenos y vecinos

El 3 de abril de 1691, el teniente de alcalde mayor Nicolás Guajardo, actuando como albacea testamentario del finado Sebastián Monje y en cumplimiento de un mandato del juzgado de bienes de difuntos, vendió al capitán Joseph Mauleón unas casas situadas en una lomita conocida como "El Cerrito". Dichas casas lindaban al norte con la huerta de doña Leonor Gutiérrez, y al sur con la de Rodrigo Guajardo.

El 22 de diciembre de 1721, María Isabel Méndez Tovar Hidalgo, viuda de Nicolás Guajardo, donó a su hija Isabel María Guajardo una casa situada en la calle Real, recordemos que casi todas las calles las llamaban Reales, contigua a la suya. Dicha propiedad fue valuada en 450 pesos. Por su parte, Juan Antonio Guajardo, hijo legítimo de Nicolás Guajardo e Isabel Méndez Tovar, nombró como única y universal heredera del remanente de sus bienes a su prima Ángela de la Garza.

En otro asunto, el 15 de junio de 1715, Buenaventura de Aguirre promovió juicio contra doña Leonor Gutiérrez Hidalgo por la posesión de un terreno que dividía sus propiedades al sur de la iglesia parroquial. La disputa se resolvió el 6 de marzo de 1716, cuando el licenciado Buenaventura Méndez Tovar, actuando en nombre y con poder de su madre, Leonor Gutiérrez Hidalgo, convino ceder a Aguirre el terreno motivo del litigio, que originalmente había pertenecido a los herederos de Ambrosio de Cepeda.

Fiel registro

Finalmente, el 26 de febrero de 1722, Joseph Lorenzo de Hoyos y Soler, vecino de la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey, vendió a doña Isabel Méndez Tovar Hidalgo la cuarta parte de una casa situada en la calle que parte desde la parte posterior de la iglesia parroquial, cerca del Cerrito que comúnmente llaman de Mauleón. Esta fracción de propiedad le correspondía por línea materna tras la muerte de su abuelo, el sargento Nicolás Guajardo. El valor de la venta fue de 430 pesos en reales.

Uno de los primeros y escasos planos que se conservan en el Archivo Municipal de Saltillo fue pieza clave en la resolución de un litigio relacionado con propiedades dentro de la ciudad. El juicio fue promovido por los herederos del capitán Ambrosio Cepeda contra doña Leonor Gutiérrez Hidalgo, y giraba en torno a la posesión de dos porciones de terreno  colindantes: uno perteneciente a la propia doña Leonor, y el otro que había sido de don Ambrosio Cepeda. Ambas propiedades estaban ubicadas al sur del costado de la Parroquia de Santiago, en lo que hoy corresponde a la cuadra formada por las calles Juárez, entre Hidalgo y Bravo.

Herencias, políticos, hoteleros y obispos.

Fue en el siglo XIX cuando surgen documentos que nos permiten reconstruir la historia de una de las propiedades más emblemáticas del centro de Saltillo: la vieja casona que hoy conocemos como el Recinto de Juárez.

Su protagonista inicial fue don José María Vicente Gerónimo Valvaceda de Gándara, caballero de raíces gallegas, originario de Guanajuato, nacido el 30 de septiembre de 1791. Siendo apenas siendo un infante, su familia se trasladó a Cuatro Ciénegas, Coahuila, donde fue bautizado en 1803.

Muchos años después, el 8 de abril de 1850, este mismo señor Valvaceda adquirió en Saltillo la antigua casona. Los documentos de la transacción, sin embargo, guardan cierto misterio: no revelan ni el precio ni el nombre del vendedor. La historia pierde aquí una pieza del rompecabezas, pero lo que sigue es un rastro más claro y familiar. A su muerte, don José María Vicente Valvaceda dejó la  propiedad a su hija doña María Josefa Mariana Valvaceda de León, quien a su vez la heredó años más tarde a su hija doña María Petra Valvaceda León, quien entregó a Juárez todo su dinero para que el trashumante Presidente de la República pudiera continuar su viaje para el Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez. Doña Petra finalmente heredó la casa a su hijo don Martín Martínez del Campo Valvaceda.

Residencia de un presidente

El 9 de enero de 1864, en plena Guerra de Reforma y en su lucha por mantener la República, el presidente Benito Juárez arribó a Saltillo. Fue hospedado precisamente en esta casa de la familia Valvaceda, no en la del alcalde Pedro Pereyra como erróneamente han repetido varios textos. Don Pedro Pereyra, en realidad, vivía en la casa contigua, conocida como la "Casa Morada", ubicada al poniente de la casona. Donde hoy se encuentra el Casino de Saltillo. El alcalde y su esposa doña Agustina Bosque dieron formalmente la bienvenida al presidente, siguiendo instrucciones del gobernador Santiago Vidaurri.    

Durante su estancia en Saltillo, Juárez gobernó, caminó entre la gente, asistió a serenatas, escuchó las demandas de los saltillenses de separar Coahuila de Nuevo León, cosa que sucedió, honró la memoria del general Zaragoza, en el segundo aniversario de la Batalla de Puebla al imponer el nombre de la calle del Comercio por la del general Ignacio Zaragoza. 

En aquellas largas noches de incertidumbre del invierno de 1864, el presidente Juárez y sus colaboradores, Francisco Zarco y Guillermo Prieto, sostuvieron estratégicas conversaciones al amparo de las sólidas paredes de adobe de la vieja casona de los Valvaceda, convertida en sede presidencial. Cada rincón de aquella casa fue testigo mudo de una epopeya que buscaba salvar la frágil República. 

Con el paso de los años, la antigua residencia familiar siguió en manos de la familia Valvaceda, documentos posteriores muestran variantes en el apellido en Valmaseda y Balmaceda. El inmueble  cambió de vocación, al  transformarse en el Hotel Filopolita. Para gestionar su arrendamiento, don Juan G. Sánchez tuvo que celebrar una fianza importante, en la escritura número 32, registrada el 26 de marzo de 1886, el notario Eulogio de Anda, muestra los  nombres respaldaron esta operación: el industrial textil don Francisco Arizpe y Ramos, el comerciante español don José Negrete Martínez y el ingeniero y ex diputado local Miguel S. Máynez, quienes ofrecieron una garantía de nueve mil pesos, una cantidad muy superior al mismo valor de la propiedad en aquella época.

De mano en mano

El 19 de agosto de 1886, don Martín Martínez del Campo, vecino de Parras de la Fuente, tercer heredero de la propiedad en manos de los Valvaceda vendió formalmente la histórica casona, operación asentada en el acta sin número del notario Eulogio de Anda: Venta de la casa número 4 de la Tercera Calle de Juárez, el antiguo hotel, a don José Negrete por la suma de 2,000 pesos. El trámite se realizó ante el escribano y testigos don Salvador Carrillo y don Francisco Santos.

Recinto de Obispos

El 12 de enero de 1897, don José Negrete, antiguo fiador  de Juan  G. Sánchez, y su esposa doña Josefa Valdés Rodríguez, vendieron la propiedad al primer obispo de Saltillo, monseñor José Santiago Garza Zambrano.  El acta número dos del notario Eulogio de Anda dice lo siguiente: El señor José Negrete declara ser dueño de la casa número cuatro de la tercera calle de Juárez, ubicada en la esquina con segunda de Bravo, en Saltillo. La propiedad tiene un frente de 40.224 metros sobre la calle Juárez y un fondo de 22.626 metros, formando un cuadrilátero que incluye la casa, patio, corredor hacia el oriente y una fuente central abastecida por una paja de agua del vertiente principal de la ciudad. Anexo a la finca hay un corral, antes huerto, de 41.062 metros de largo por 10.265 metros de ancho, que en su fondo tiene 20.112 metros de ancho y una profundidad de 10.894 metros de sur a norte. Linderos, al norte: calle de Juárez, oriente: calle de Bravo y propiedades de doña Margarita y Carmen del Moral, sur: propiedades de Margarita y Carmen del Moral, y Celestina y Clemencia Santa Cruz, poniente: casa de don Marcelino Garza y terreno de la antigua Sociedad del Casino. José Negrete, habiendo adquirido legalmente la propiedad en 1886 de Martín Martínez del Campo, la vende en 1897, junto con todos sus derechos, usos y servidumbres, al Obispo Dr. Don Santiago Garza Zambrano, por el precio de cuatro mil pesos. Mas tarde Garza Zambrano, abandonaría la casa al ser nombrado Arzobispo de Monterrey.

La casa y sus nuevos destinos

Tras el paso de los años, aquella casona que un día hospedara sueños de libertad encontró nuevos usos. En la segunda década del siglo XX, abrió sus puertas como sede del Colegio Católico de la Paz, aunque su existencia fue breve. Poco después, el Gobierno de Coahuila adquirió el inmueble, destinándolo a un propósito mayor: resguardar la memoria escrita de la entidad como sede del Archivo General del Estado. En 1977, se dio un paso más en su vocación cultural con la creación del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. Al año siguiente, la estatua de Benito Juárez, que había permanecido en la Plaza San Francisco, fue trasladada al patio central de la casa. 

Desde entonces, la vieja casona no solo guarda documentos y memorias: se ha convertido en el corazón oficial de muchos historiadores de Coahuila.

La realidad hoy en día

Hace unos días leí en Vanguardia sobre el lamentable deterioro que sufre el edificio del Recinto de Juárez. Sus techos están colapsando, a pesar de que desde hace tiempo muchos ciudadanos levantaron la voz, advirtiendo del riesgo y pidiendo, casi con desesperación, su restauración.

El inmueble, que pertenece o está adscrito a la Secretaría de Educación, parece estar a la deriva, como si esa dependencia no tuviera ya suficiente responsabilidad en sus manos. En mi opinión, el Recinto de Juárez debería estar bajo el resguardo de una instancia especializada en la protección de monumentos históricos, pero, que yo sepa, esa figura ni siquiera existe y de ser así, seguro carece de presupuesto. Hablo de lo estatal.

Estimado lector, si tuviera que calificar, en una escala del uno al diez, la urgencia de restaurar el Recinto de Juárez, sin dudarlo pondría un diez. Porque no estamos hablando solo de paredes viejas o techos caídos. Estamos hablando de un testigo silencioso de la historia nacional, de la casa que albergó a Benito Juárez en uno de los momentos más oscuros y decisivos del destino de  México. Dejarla caer es, en esencia, permitir que también se nos derrumbe un pedazo de nuestra identidad.

Hoy más que nunca, el Recinto de Juárez necesita algo más que admiración a distancia: necesita nuestra voz, nuestro esfuerzo y nuestro compromiso. Restaurarlo no es un capricho, es un acto de justicia hacia la memoria que nos ha dado identidad.

 

 

 



Plano manuscrito elaborado en 1715, muestra la disposición de varios solares y propiedades ubicadas sobre la Calle Real, entre las hoy calles de Juárez entre Hidalgo y  Bravo.




Casa llamada Recinto de Juárez, por tres meses de 1864, fue sede del Presidente de la República,

 

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