Dos teatros terminaron destruidos por el fuego con la misma obra
Pareciera que el destino había
trazado una ruta singular y trágica para dos de los teatros más emblemáticos de
Saltillo: el Teatro Acuña y el Teatro García Carrillo. Ambos, destinados a ser
epicentros de la vida cultural, fueron consumidos por el fuego mientras se
intentaba poner en escena la misma obra, El Loco Dios. Este extraño
hecho, más que una coincidencia, ha dejado una marca indeleble en la memoria
colectiva de la ciudad, alimentando especulaciones sobre una posible maldición
o una extraña obra del azar. Dos teatros que, aunque destinados a brillar en el
panorama cultural, se convirtieron en cenizas bajo un mismo escenario.
Teatro Acuña: Un pionero entre
las llamas
El Teatro Acuña, el primero de
los dos en caer víctima del fuego, fue un símbolo del esplendor cultural de
Saltillo durante la época porfiriana. Su ubicación en la esquina de Padre
Flores y Abbott, sobre el antiguo atrio del templo de San Esteban, lo convirtió
en el epicentro de la vida artística de la ciudad. Allí se representaron
innumerables obras teatrales, operetas, recitales de poesía y música,
ofreciendo un refugio para los amantes de las artes en tiempos en que el
entretenimiento no era tan accesible como hoy.
El 5 de febrero de 1882 se colocó
la primera piedra de este teatro, y para abril de 1886, sus puertas se abrieron
al público con gran pompa. No podía haber una mejor manera de inaugurar este
espacio que con la puesta en escena de El Pasado, obra del poeta
saltillense Manuel Acuña, en honor al cual se nombró el teatro. Además de esta
obra, la banda del 90º Regimiento de Caballería, bajo la batuta de Zeferino
Domínguez Gutiérrez, ofreció un repertorio musical que deleitó a los presentes,
mientras el literato Jacobo M. Aguirre recitaba sus versos, completando así una
velada memorable.
Sin embargo, la historia del
Acuña no solo estuvo marcada por la cultura. Un episodio singular fue cuando,
en medio de la sofisticación de sus espectáculos, se llevó a cabo la lidia a
muerte de un torete, que luego fue rifado entre los asistentes. Un evento que
mezclaba lo culto con lo popular, y que refleja las peculiaridades de la época.
El Teatro Acuña brilló durante
dieciséis años hasta el fatídico 24 de agosto de 1902, cuando un voraz incendio
lo redujo a escombros. La mañana de ese día, el reloj de la torre que había
marcado el paso del tiempo para los saltillenses cayó al suelo mientras las
llamas consumían el teatro. Irónicamente, la obra que estaba por representarse
esa misma noche era El Loco Dios. El fuego no dejó más que fierros
retorcidos y el amargo recuerdo de los grandes artistas que alguna vez pisaron
su escenario.
Teatro García Carrillo: El
segundo en caer
Apenas unos años después de la
tragedia del Acuña, en el terreno que lo rodeaba se levantó un nuevo emblema
cultural: el Teatro García Carrillo. La plaza Hidalgo, que antes había ocupado
el lugar, fue desmantelada, y su estatua del Padre de la Patria fue enviada a
Monclova, para dar paso a este majestuoso edificio, que prometía convertirse en
el nuevo corazón artístico de Saltillo.
Inaugurado en julio de 1910, en
vísperas del centenario de la Independencia, el García Carrillo deslumbraba con
sus dieciocho plateas elegantes, su amplia sala de seiscientas butacas y un
diseño moderno para la época. Su telón contra incendios, decorado con escenas
de carros romanos, simbolizaba la confianza en que el infortunio del Teatro
Acuña no se repetiría. La bóveda, iluminada por más de mil quinientos focos, y
los tres mil quinientos más que adornaban la sala, lo hacían brillar con una
luz que parecía presagiar un futuro lleno de grandeza.
En sus cortos ocho años de vida,
el Teatro García Carrillo albergó espectáculos de renombre. En 1911, figuras
como Esperanza Iris y Amparo Romo se presentaron en su escenario con operetas
de fama internacional como El Conde de Luxemburgo y La Viuda Alegre.
Al año siguiente, el tenor Alexander Bonche deleitó a la audiencia con óperas
como Rigoletto y Aida, en una temporada patrocinada por el
gobernador Venustiano Carranza. La élite social de varias ciudades acudía a
Saltillo, ataviada con su mejor ropa de gala, dispuesta a pagar lo que fuera
necesario para presenciar estos espectáculos de clase mundial.
Pero al igual que su predecesor,
el Teatro García Carrillo estaba destinado a caer en desgracia. El 2 de marzo
de 1918, justo después de una representación de El Loco Dios, el teatro
fue presa de un devastador incendio. El fuego comenzó tras bambalinas, y aunque
se intentó bajar el telón de seguridad, este se había quedado trabado. En
cuestión de minutos, las llamas consumieron el teatro entero, reduciendo a
cenizas lo que había sido un símbolo de modernidad y esplendor artístico.
La famosa violinista y danzarina
Norka Rouskaya, que estaba anunciada para presentarse al día siguiente, nunca
llegó a pisar el escenario. El majestuoso teatro, con su bóveda resplandeciente
y sus detalles de lujo, había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos.
Un destino compartido
Así, la historia de estos dos
teatros quedó marcada no solo por el fuego, sino por la extraña coincidencia de
haber caído bajo la misma obra, El Loco Dios. Ambos edificios, que
alguna vez fueron los centros culturales más importantes de Saltillo,
compartieron un final trágico, alimentando la leyenda de una posible maldición
o, al menos, de un capricho del destino que quiso que sus historias se
entrelazaran de manera tan peculiar.
A pesar de todo, lo poco que quedó del Teatro García Carrillo fue rescatado y remodelado ochenta años después, en 1999, para convertirse en un centro cultural, permitiendo que su legado continúe vivo en la memoria de Saltillo. Los ecos de su grandeza resuenan todavía en la memoria colectiva, donde el arte y la tragedia parecen haber sellado un pacto eterno en el corazón de la ciudad.
Teatro Acuña 1886-1902
Teatro García Carrillo 1910-1918
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