Casa del empresario Santiago Martín

Ariel Gutiérrez Cabello 

Como tantas otras construcciones que alguna vez adornaron la fisonomía de Saltillo, la magnífica mansión de estilo victoriano que se erigía en la esquina de las calles Aldama y Purcell, frente a la Alameda Zaragoza, se desvaneció con el tiempo, sucumbiendo ante el inexorable avance del "progreso". Hoy, apenas queda el suspiro por su grandeza, y solo aquellos que pudieron contemplarla en su apogeo saben lo que esta joya arquitectónica significó para la ciudad.

Corría el ocaso de la época porfiriana cuando Santiago Martín, un empresario de origen español, decidió levantar esta espléndida casa. Llegado a Saltillo en los últimos años del siglo XIX, Martín pronto se consolidó como uno de los hombres más prósperos de la región, gracias a sus negocios en la minería y el comercio textil. Al frente de varias sociedades y con un carácter afable que le ganó el respeto de sus contemporáneos, Martín logró amasar una fortuna considerable en un período de grandes oportunidades para quienes, como él, supieron aprovechar el auge económico que trajo consigo la era de Porfirio Díaz.

El terreno en el que se construyó la casona perteneció originalmente a Clemente Cabello, un influyente industrial textil, quien en 1899 vendió la propiedad a la norteamericana Virginia Jeffrey, esposa de Santiago Martín. La casa, construida dos años más tarde sobre el solar que se extendía entre la calle de Aldama y la antigua calle Xóchitl, fue un símbolo de elegancia y distinción. El matrimonio Martín Jeffreys levantó en este rincón de la ciudad una residencia de dos plantas, coronada por una buhardilla con un ojo de buey en el ático, que destacaba entre las demás construcciones de la colonia extranjera.

Con su ventanal principal y el balcón desde el cual se tenía una vista privilegiada de la Alameda, la residencia era sin duda una de las más envidiadas de Saltillo. Las chimeneas, los elaborados balaustrados de los pórticos, y la ventana de bahía, que ampliaba la visión de la sala principal, conferían un aire señorial a la fachada, acentuando el lujo y el cuidado en los detalles arquitectónicos.

La bonanza porfiriana permitió que Santiago Martín se expandiera en diversas áreas comerciales, involucrándose en sociedades mineras y textiles, como la de Colle, con quien exportaba textiles y productos naturales. En aquel entonces, la fiebre por las minas también atrajo a figuras influyentes como Emilio Carranza, Encarnación Dávila y Miguel Cárdenas, quienes, junto a Martín y otros inversionistas, formaron La Sultana, una compañía destinada a la explotación minera en todo el país.

Sin embargo, la Revolución Mexicana trajo consigo cambios bruscos en la vida de la élite saltillense. Santiago Martín y su esposa Virginia decidieron dejar la ciudad, y la casa, símbolo de una era que llegaba a su fin, pasó a manos de un nuevo propietario. El ingeniero textil de origen catalán, Carlos Ribé, adquirió la propiedad y, ya en los años cuarenta, decidió demoler la construcción original para erigir en su lugar una residencia de estilo californiano, muy en boga por aquellos tiempos. El costo de la nueva casa ascendió a los 350 mil pesos, una cifra exorbitante para la época, que no hizo sino reafirmar el estatus de sus propietarios.

Así, la mansión que alguna vez fuera el hogar de Santiago Martín y Virginia Jeffrey se desvaneció, al igual que tantas otras edificaciones que marcaron una época de esplendor y crecimiento en Saltillo. Pero, en su lugar, la nueva casa, aunque de diferente estilo, sigue en pie, ahora en manos de la familia del señor Miguel Dainitin. Es un recordatorio silencioso de los ciclos de construcción y destrucción que caracterizan a toda ciudad en constante evolución.

Cada piedra, cada rincón de esa casa, fue testigo de un tiempo en el que el progreso y la elegancia convivían, donde las oportunidades se encontraban al alcance de quienes supieran tomarlas. Aunque hoy solo queden rastros de su esplendor, la historia de la casa de Santiago Martín sigue resonando en el corazón de Saltillo, como un eco lejano de una era que, como todas, terminó sucumbiendo ante el paso del tiempo.

 


Un cochero aguarda a la puerta, mientras un músico y un chico posan frente a la casa del empresario español Santiago Martin, calle de Aldama y Purcell  postal de Augusto Gossman1905.

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